Juego, luego existo

La creatividad es uno de los aspectos más fascinantes y complejos que experimentamos los seres humanos. Es esa cualidad única que cada uno de nosotros aporta al mundo, un rasgo que nos distingue y nos hace especiales. Lamentablemente, a menudo se pierde en la vida adulta, donde las responsabilidades y rutinas tienden a limitar nuestra capacidad de soñar e imaginar.

Pablo Picasso, uno de los artistas más influyentes de la historia, lo expresó de manera contundente: “Me tomó cuatro años pintar como Rafael, pero me llevó toda una vida aprender a dibujar como un niño”. Con esta reflexión, Picasso reivindica la perspectiva infantil en un mundo que, a menudo, valora la visión del adulto por encima de la de los más jóvenes. Sin embargo, no es el único que ha subrayado la necesidad de recuperar esta mirada. A lo largo de los años, numerosos pedagogos, artistas y psicólogos han señalado la importancia de reintegrar el juego y la creatividad en nuestras vidas.

Y esto suena fascinante. 

Virginia Blainstein es un ejemplo de alguien que ha hecho del juego el eje de su vida, tanto personal como profesionalmente. Originaria de Argentina, ha estado cerca de San Luis durante casi cuatro años, tocando con su experiencia a cientos de familias y escuelas, y transformando su visión sobre el juego. Creadora de los grupos “Flor de vida” y “Creanza”, entre otros, es una mujer que ha dedicado gran parte de su vida a sembrar la semilla de lo lúdico. La semana pasada, esta labor llegó al Colegio Internacional Terranova, donde los maestros de kínder participaron en su Taller de Juego y Arte.

En este taller, el equipo docente se sumergió en dinámicas diseñadas para reactivar su conexión con el fascinante mundo de la creatividad y el juego. A través de actividades de integración, ejercicios imaginativos, movimiento corporal y materiales didácticos, los docentes redescubrieron esa parte adormecida de sí mismos que todos llevamos dentro. Durante varias horas, exploraron los vastos mundos de la imaginación, recordando que esa chispa creativa nunca desaparece, solo se encuentra dormida.

Virginia describe su taller como “un regalo y una oportunidad para vivir una pausa, reencontrarse con el placer de jugar por el simple hecho de jugar, solo o en compañía de adultos. Es un espacio para conocerse más y reconectar con nuestra propia infancia”. Sería maravilloso que todos tuviéramos la oportunidad de participar en un taller así, para redescubrir ese placer y contagiar a quienes nos rodean.

Virginia se define a sí misma como “aprendedora”, un término que nos recuerda que, al fin y al cabo, todos somos estudiantes en esta vida.

Así que, juguemos a vivir. 

Nos leemos en la próxima.